LOS GATOS
Nunca había sentido mucha atracción por los gatos, porque
había oído que eran: FRÍOS, TRAICIONEROS Y QUE TRANSMITÍAN enfermedades. Por
eso, mi relación más comprometida con ellos, no se inició hasta el día 11 de
octubre de 2008. Acababa de llegar de estar unos días con mi hija que vive en
San Diego, California. Ese día, lluvioso a mas no poder, cuando volvía de
comprar en Mercadona, me topé con un gatito pequeño, malnutrido y totalmente
empapado que maullaba delante de mí como pidiendo ayuda. A pesar de mis
infundados pensamientos, me dio mucha pena dejar a esa criaturita en la calle.
Lo cogí, se dejó, y lo llevé a casa pensando poner remedio el martes, primer
día hábil, porque el día siguiente era domingo y el lunes inhábil por
traslación del festivo nacional día de la Pura.

Cuando llegamos a casa, se inició mi pesadilla: no tenía ni
idea de qué darle de comer y ya no podía acudir a comprar algo apropiado.
Cocí un poco de arroz, le puse leche y también recordé que necesitaban algo
donde hacer sus necesidades, así que en una caja que tenía a mano, eché serrín
que era lo único disponible. De momento me asombró que se metiera dentro de la
caja que hiciera allí lo que necesitaba.
En cuanto a la comida no tuve la misma suerte, se ve que no le gustaba nada de
lo que le puse, pero enseguida comenzó a correr por el pasillo como si
estuviera contento, eso me transmitió algo de tranquilidad pero seguía pensando
que enseguida que tendría que pedir ayuda porque yo no podía quedarme con él,
vivía sola, trabajaba y mi hija (la única familia cercana) estaba muy lejos y
yo pensaba ir a visitarla a menudo ya
que a ella le era más difícil. Por eso el mismo martes me dirigí a una clínica
veterinaria cercana a mi casa para pedir asesoramiento. Me dieron el número de
teléfono móvil y la dirección de correo electrónico de ADANA. Me aseguraron que
ellos me buscarían una solución y me ayudarían con el problema, ¡NADA MAS LEJOS
DE LA REALIDAD! Me dejé parte de la nómina del mes en llamarles (siempre salía
un contestador y nunca respondían a los mensajes), tampoco respondieron en
ninguna ocasión a los sucesivos correos electrónicos que les envié a pesar de
que en los mismos les exponía todas mis dificultades para quedarme con el gato.
Nunca se DIGNARON contestar, aunque fuera para decirme que no podían hacer nada
o darme alguna solución al problema. Tengo justificante de tales hechos.
Hasta tal punto llegó mi impotencia y desesperación, que
incluso pensé dejar el gato donde me lo había encontrado, creyendo que otros
gatos lo ayudarían, pero mi hija me
convenció que me iba a arrepentir mientras viviera, que podía matarlo un perro
o que estaría expuesto a cualquier otro peligro. Además ya llevábamos juntos
unos días y se había establecido una relación de AMOR-ODIO de mí con respecto a
él y de dependencia de él conmigo. Lo
que no admitía dudas es que no era capaz
de dejarlo en la calle.
El martes lo llevé a la clínica veterinaria cercana a mi
casa, para que le reconocieran: tenía
roto el rabito, una pata dañada, malnutrición, las orejitas totalmente sucias y
a menudo hacía diarrea. Le hicieron todo lo que correspondía y cuando la chica
me preguntó su nombre para hacer la ficha no sabía que responderle. Me preguntó
cómo le decía cuando lo llamaba, le
contesté que solo le decía: OYE ven! … y con OYE se ha quedado.
Mi “OYE”, con
mayúsculas, fue la llave que me introdujo en el mundo de los gatos, como nunca
lo había imaginado.
Siguió nuestra relación con altibajos (tenía que dejarlo
solo cuando iba a trabajar y me hacía alguna que otra trastada). Pero al poco
tiempo comencé a tener problemas con mis piernas, así que me jubilé antes de lo
que esperaba, por mí no lo hubiera hecho nunca. Después de ello, tuve que estar
en casa, prácticamente sin salir, casi dos años y fue entonces cuando nuestra
relación se hizo más completa.
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Parecía que entendía
lo mal que lo estaba pasando. Él que era de lo más independiente, hasta
entonces, me hacía cariños. Pasamos ese tiempo como pudimos y cuando me
encontré mejor, pensé que tenía que buscarle un compañero/compañera (a él lo
esterilizaron cuando tenía 6 ó 7 meses), pero no me parecía bien que no tuviera
con quien jugar. Hablé con mi veterinario Javi y me localizó una gatita que
habían dejado abandonada en San Isidro. Tendría como mucho dos meses y la
situación no fue tan fácil como la imaginé. Él, directamente, no la quería y
tuve que tenerla casi encerrada, en el trasportín o en una habitación bastantes
días, hasta que se rindió a la evidencia de que iba a formar parte de nuestra
familia, por decisión mía y creía que por su bien. Muy poco a poco se fueron acostumbrando uno
al otro hasta que hoy no creo que pudieran pasar OYE sin MIA, ni MIA sin OYE.

Cuando creí que todo había llegado a la normalidad, me
tuvieron que operar de urgencia por una peritonitis. Siempre agradeceré a DINA,
mi vecina, que se hizo cargo de ir a darles de comer y cambiarles la arena. No
sé qué hubiera sido de mí y de ellos sin ella.
Pero lo peor estaba por llegar. Cuando me dieron el alta,
me encontré con el panorama de que la que tenía una tienda debajo de mi casa, y
que se había hecho cargo de dos gatitas que habitualmente estaban en el patio,
había cerrado la tienda y las había dejado allí. Esta persona? daba de comer a
las gatas, les dejaba estar por las noches en la tienda y sobre todo a una de
ellas, que parecía tenerle un cariño especial, incluso se la llevaba a pasar
temporadas en su casa. Siempre me había dicho que si se iba de allí se las llevaba
porque en su casa disponía de un patio donde tenerlas. El caso es que les hizo
un favor mientras estaba, pero el daño de depender de ella. Allá cada uno con
su conciencia, si es que la tiene, claro.
De la noche a la
mañana, me encontré con esas dos criaturitas que no se movían de la persiana
metálica cerrada de la tienda, maullando y sin separarse de allí, hiciera el
tiempo que hiciera. Cuando hablé con ella me dijo que no les hiciera ni caso,
que los gatos son muy listos y ya se buscarían ellos el sustento (se le había
acabado muy pronto el cariño que les tenia).
Así que, empecé a
bajarles comida.
Por aquel entonces tuve muchos problemas con los vecinos de
mi Comunidad, no porque les hicieran daño, sino porque me quitaban los recipientes
donde les dejaba comida y agua, ya que para mí era difícil bajar a menudo
porque tuve problemas con la cicatrización de la herida, pero, nunca mejor
dicho, tuve que hacer de tripas corazón y bajaba hasta 4 veces al día porque me
preocupaba, sobre todo, que no tuvieran agua, máxime en tiempo de verano.
En la actualidad bajo 3 veces: Una a las 6,30 de la mañana
(cuando trabajaba lo que peor llevaba era madrugar) pero me da tanta pena
dejarlas a la intemperie por las noches, que estoy deseando ver que están bien
e irme tranquila a casa después de darles de comer. A mediodía, sé que es
prescindible, pero como tengo casi siempre que bajar a hacer algo en la calle
me gusta verlas. Y, la última vez, por la tarde-noche. Cada tres meses les
pongo una pipeta de desparasitación y cuando necesitan atención médica las
llevo al veterinario. Hace poco he tenido que llevar a Blanquita a que le
hicieran una placa porque se dañó una pata y creí que se la había roto. Me tuvo que llevar mi vecino Manolo en el
coche porque no consintió meterse en el trasportín y tuve que llevarla en
brazos. Estuvo varios días cojeando.
Ahora también tengo otra labor porque un día al salir de
Mercadona observé que en el patio del IES Domingo Cáceres había una pequeña
tribu urbana, que es como se llama a los animales callejeros que habitan juntos
en una determinada zona. Me encontré con varios gatitos que buscaban
desesperadamente comida, porque alguien, que al parecer se la llevaba
asiduamente, ya no se la llevaba, me he enterado después aunque desconozco el
motivo. Así que una vez al día, por la tarde-noche, les llevo algo, no mucho,
para comer.

Me están esperando todas las tardes. Tuve que hablar con el
Secretario del Instituto, porque habían puesto unos alambres intentado tapar
una especie de gateras que alguien hizo en la verja y una tarde me encontré un pequeñito atrapado
entre los mismos. No hacen nada malo en ese patio porque ni siquiera viven allí, creo que más bien van
a refugiarse y por otra parte es un lugar seguro para ellos, para comer tranquilos
la comida que le llevamos las personas a las que nos gustan los animales. Estoy
teniendo, de nuevo, problemas con los recipientes de comida porque alguien los
quita del sitio donde los pongo, pero estoy segura que pasará esta racha.
Ahora, me martiriza la idea de qué pasará el día que yo
falte o no les pueda, por mis circunstancias, llevarles comida y bebida.
Esa es la situación actual, Celia Victoria, muy
comprometida con la labor y una gran amante de los animales, me pidió que
escribiera algo sobre ellos y, aunque me produce mucha vergüenza, creo que es
bueno que alguien más sepa de las experiencias que engrandecen a una
persona. Yo así lo siento y me ha
servido de aliciente y estímulo en muchas ocasiones.
Sobre todo, y por mi trayectoria durante estos últimos 7
años, quiero decir, sin ambages, que los
GATOS no son como nos han hecho creer. Son cariñosos, SI QUIEREN, pero sobre
todo no agreden a nadie que les haga bien (como he dicho, a una de las gatitas callejeras
la llevé en brazos en el coche de mi vecino, Manolo, al veterinario), son
agradecidos, limpios, no transmiten
enfermedades, son “muy graciosos”, hacen una cantidad de monadas! ….sólo hay
que ver los videos que hay sobre ellos en youtube y tienen tanta inocencia en su mirada que te inundan de compasión.
Eso es lo que a mí me pasa con ellos, y así os lo he
contado, espero que os sirva para apreciarlos más y SOBRE TODO, para ¡NO
HACERLES MAL¡ en todo caso, dejarlos que vivan a su aire, no hacen mal a nadie.
Adjunto unas fotos de “PARTE DE MI FAMILIA NUMEROSA”.
GRACIAS!!!.
Elvira
Martín Calvo, 67 años.
Subido y adaptado al blog por: Celia Victoria Rodríguez Utrera.